Alejandro Magno no recibió ese título por casualidad. Hijo de Filipo II de Macedonia, creció rodeado de batallas, estrategias y libros — e incluso tuvo a Aristóteles como tutor. Desde joven mostraba un espíritu inquieto y ambicioso, pero también un carisma que hacía que sus soldados lo siguieran hasta los confines del mundo. Y eso fue exactamente lo que intentó hacer: conquistar el mundo conocido, ciudad por ciudad.
Se cuenta que, al enfrentarse al nudo gordiano —un enredo legendario que nadie había logrado desatar— Alejandro no perdió tiempo con delicadezas. En lugar de intentar desatarlo, simplemente lo cortó con su espada. Ese gesto audaz se convirtió en símbolo de su forma de enfrentar los problemas: con osadía y sin miedo a romper tradiciones. Cruzó desiertos, escaló montañas, fundó ciudades (como Alejandría, en Egipto) y se enfrentó a imperios gigantescos como el de Persia.
A pesar de toda su gloria, murió joven, a los 32 años, en circunstancias que aún hoy generan especulación. Pero su legado vive, no solo en los libros de historia, sino también en las huellas culturales que dejó a su paso. Alejandro no solo conquistaba territorios, también mezclaba culturas. Le gustaba adoptar costumbres locales, unir pueblos distintos, y tal vez por eso, siglos después, su nombre aún tiene un peso casi mítico.
Peso: 250 g
Altura: 19 cm
*Imágenes meramente ilustrativas.
**Producto frágil.
***Pintura semi manual, lo que resulta en diferencias individuales en cada producto.